“EL FÚTBOL ES MI REALIDAD”
PARTE
1. ESTADOS UNIDOS. 1994.
1994. Qué esperanzas tenía ese año. Repasaba una y otra
vez esos nombres. Zubizarreta. Cañizares. Lopetegui. Ferrer. Nadal. Sergi.
Voro. Otero. Alkorta. Abelardo. Camarasa. Hierro. Guardiola. Bakero. Caminero.
Guerrero. Felipe. Beguiristain. Luis Enrique. Juanele. Goicoetxea. Julio
Salinas.
Repasaba sus equipos, sus edades, sus caras. Una y otra
vez. El póster que coloqué en mi habitación me ayudaba en ocasiones. A mis 15
años, mi ingenuidad y candidez eran más poderosas que mis hormonas, aún
contenidas y reprimidas. Sí, vale, me la meneaba (¿quién no?) pero el consabido
miedo al ridículo, a las negativas y al desconocimiento del incipiente mundo
femenino me provocaban centrarme en otras cosas. Bueno, no. En una multiplicada
por ene veces. En fútbol. Fútbol. Fútbol. Y fútbol. Bueno y deportes en general.
Y llegó el momento
esperado. Yo pensaba que era hora de desgafar a nuestra selección y que
tendríamos que ganar ese Mundial. Estados Unidos. Un país tan venerado como
despreciado. Me incluía entre estos últimos por el simple hecho de que no
sabían que iban a celebrar un mundial de fútbol. Soccer lo llamaban. Ignorantes.
España estaba encuadrada
en el grupo del actual campeón, Alemania, Bolivia y Corea del Sur. Contra estos
últimos empezábamos el torneo. Mis nervios no me dejaban concentrarme en nada,
ni siquiera en una desganada paja. Mi padre me empezó a contar “Diego, no te
hagas ilusiones”, que él había visto como “esta gente” la cagaba muchas veces,
que si un tal Cardeñosa, que si Naranjito, que si el penalti de Eloy, bla bla,
aunque sé que si me contaba esas cosas era porque él también creía en que
pudiéramos ganar algún Mundial o una Eurocopa. De esas cosas no me acordaba
mucho, sé que siendo muy pequeño metimos 12 goles a una selección
insignificante, Malta (durante muchos años siempre dije Manta) y poco más. Los
recuerdos eran nebulosas en mi cerebro, recordaba goles y partidos pero más de
lo que había oído, leído y visto posteriormente que de esos momentos. Además
llegué a la firme convicción que en esos momentos carecía de profundos y sólidos
conocimientos futbolísticos, y que ahora, en ese momento, si los tenía,
basándome en que sabía del nombre de muchos jugadores, no sólo españoles, sus
equipos etc etc.
Era un 17 de junio. Para
templar los nervios, al menos yo, decidimos jugar un partidito de fútbol.
Debido a la diferencia horaria el partido era de madrugada así que pudimos
jugar por la tarde. Éramos siete, Cutillas, Chino, Alex, Gitano, Patas, Gordo y
yo, nos faltaba uno. Mientras pateábamos la maleable pelota alguien sugirió que
fuéramos a llamar a Jaime. Fuimos todos, balón incluido. Al llamar su voz ya
nos indicaba que no podría bajar. –“Estoy castigado”- nos dijo, con un pequeño
quebranto de voz –“……pero esperar, que va mi hermana, vale.-
Sin poder decir nada
ninguno de nosotros colgó. ¿Su hermana? ¿Cómo que su hermana? ¿Una chica? ¿En
el sacro santo territorio de los chicos?. El debate surgió en cuanto nos
dejamos de mirar con cara de imbéciles.
-
No juego con
una chica, dijo el gordo.
-
Pues no
juegas tú, bola de sebo, respondió el Gitano.
-
Habrá que
tener cuidado con ella, dijo Cutillas.
-
Pues yo voy a
jugar igual que siempre, le respondió Patas.
-
No será para
tanto, concluyó Chino.
-
Y si mejor
jugamos los sieee….tttee, pude concluir la frase mientras se abría la puerta
del portal donde vivía la familia de Jaime.
No sé los demás, pero no
podía creer lo que veía. La hermana de Jaime, me llamo Arancha, nos dijo a
todos, era espectacular. Era como ese gol de Maradona ante Inglaterra que
habían repetido hasta la saciedad en un especial con ocasión del Mundial de
Estados Unidos. Delicadeza, potencia, velocidad, inteligencia………y GOL. Alta
pero no flacucha, pelo negro y largo, unos ojos inteligentes ………..y sobre todo
unas tetas que hacían sombra al balón que llevaba en las manos.
-
¿Vais a jugar
con esa mierda de balón?, ¿en serio?, menos mal que he bajado.
Cuando nuestras cejas
bajaron de la estratosfera formamos los equipos, por un lado, Cutillas, Chino,
Alex, y Arancha; Gitano, Patas, Negro y yo, por otro, y comenzamos a jugar. Ese
día no di pie con bola. No es que fuera una futura promesa pero tampoco me
elegían el último, para eso ya estaba el
gordo, pero ese día era imposible concentrarse. Cada vez que golpeaba el balón
sus flamantes tetas nos desconcentraban. Y encima jugaba, peleaba y empujaba
como uno más. ¡Qué pena no estar en su equipo para abrazarme a ella para
celebrar un gol¡ Cutillas lo intentaba cada vez que se marcaba un gol en su
equipo, pero ella o lo evitaba o lo empujaba, y el único beso que conseguía era
el de su culo con el suelo.
Tras varios minutos de
partido me tocó de portero, había que turnarse, por goles, por tiempo, pero era
una posición indeseada que prácticamente nadie quería.
Intenté concentrarme lo
más posible, para ello siempre sonaba en mi cabeza una canción. Ese día tocaba
insistentemente “Bamboleo” de los Gipsy Kings. Sí, lo sé, pero las hay peores,
de hecho una vez repudié mi cabeza porque no paraba de sonar una de Loco Mía.
Aún así no lograba concentrarme, esos movimientos turgentes me lo impedían.
Cuando conseguí
deshacerme de mi nebulosa mental vi que se acercaban ellas tres hacía mi. Oí el
temblor de mis huesudas rodillas. Se paró a escasos metros de mi, completamente
sola, cual dibujo de Oliver y Benji, armó su pierna izquierda y su brutal
golpeo iba dirigido hacía mi cara. Intenté evitarlo pero ese balón iba
teledirigido cual zapatilla paterna destinada al castigo. Recuerdo el balonazo
en la cara y un “joder, que hostia” de alguno de mis amigos. Pasados unos
segundos varias cabezas tapaban el sol preguntándome cómo estaba, hasta que
fueron apartados por ella y sus amigas. El bamboleo de culpabilidad que le
llevó hasta mi posición me despertó repentinamente. Prometo que intenté mirarla
a la cara pero cuando vi que al agacharse vi parte de esas bellezas, no me pude
reprimir.
Del segundo desmayo no
recuerdo nada. Mis colegas me contaron que ladeé la cabeza con una ligera
sonrisa. El Patas pensó que había muerto por la leve erección que presentaba,
asegurando a los demás que los ahorcados mueren empalmados, que lo decía una
canción de Siniestro Total. Tras comprobar mi estado, Arancha me abofeteó
excusándose en mi estado. Me contaron que sangré por la nariz y que ella
abandonó discretamente la escena del crimen.
Cuando España fue
eliminada por Italia en los cuartos de final, los aficionados al fútbol siempre
recuerdan la escena de Luis Enrique sangrando por el codazo de Tassoti. Yo, sin
embargo, siempre relacionaré esa sangre con la que derramé mientras gozaba de
una saludable erección. Creo que ese balonazo, mi desmayo y mi erección han
sido lo más cercano que he estado de la hipoxifilia en mi vida.
Pero ese no fue el mayor
motivo de burla. Ni mucho menos. Al despertarme cantaba sin parar la canción de
Gipsy Kings “Bamboleo”.
Durante años, cada vez
que íbamos a algún bar, era solicitada al Dj de turno por mis amigos. Yo
disimulaba mi mosqueo para que la bola no se convirtiera en una avalancha, pero
cuándo nadie me miraba en el lado derecho de mi cara se dibujaba una gran
sonrisa.
Pasados los años, una vez
que abandoné mi barrio, vi a Arancha de lejos, paseando al lado de otra chica.
Pensé que no me reconocería, porque pocas fueron las veces en las que
coincidimos. Pese a ello me armé de valor y me dirigí a saludarla y a reírnos
de ese incidente. Pero cuando estaba a escasos metros observé que cogía con la
mano derecha a la otra chica de la cintura y con la mano izquierda acarició su
mejilla antes de besarla apasionadamente.
Intenté disimular mi
ojiplatismo cuando pasé a su lado. Deseé que ese balonazo que por unos segundos
nos unió hubiera tenido algo que ver con la pasión con la que besó a esa chica.
Y que ojalá me pasara a
mí también.