CAMINA PERO

CAMINA PERO
NUNCA DEJES DE CAMINAR.

jueves, 8 de agosto de 2013

El fútbol es mi realidad. Parte 2.

Parte 2. Eurocopa Inglaterra 1996.
1996. Era imposible evitarlo. Una y otra vez. Mirara donde mirara allí estaba ella. Mi erección. Y Uma Thurman en el poster de Pulp Fiction. Y a su derecha ellos: Zubizarreta. Cañizares. Molina. Juanma López. Belsué. Nadal. Sergi. Otero. Alkorta. Abelardo. Hierro. Amavisca. Caminero. Guerrero. Donato. Luis Enrique. Amor. Pizzi. Alfonso. Kiko. Manjarín. Julio Salinas.
Era el único modo de bajar mi persistente erección. Mirara donde mirara sólo veía estimulaciones para tener erecciones.
Los únicos momentos en que podía detener el ataque hormonal era meterme entre papeles para estudiar. La preparación para la selectividad también conllevaba alejarme de mi carpeta forrada de fotos de tías en pelotas.
Organizaba mis horas de estudio en la biblioteca para poder ver los partidos que se retransmitían una hora más que en Canarias. En esas mesas de ocho, con mi walkman sony escuchaba música clásica relajante para concentrarme. Mientras Vivaldi, Tchaickosky, Mozart, Beethoven etc repasaba el acné, las gafas, los escotes y las manías de mis compañeros de mesa. Las cuatro estaciones revisaban los granos e incluso alguna pús que otra de mi compañero de enfrente. Las gafas de la empollona de al lado iban acompañados del ritmo de Rachmaninoff en el piano. Las uñas que se arrancaba con ahínco el tarado de la mesa (siempre hay un tarado en la mesa) , las dejaba caer al ritmo de Strauss, en un papel al lado de sus bolígrafos, ordenados alfabéticamente por colores.
El panorama era desolador. De hecho era un acicate para estudiar más y más, y aprovechar aún más el tiempo para poder dedicarme a ver el mayor número de partidos de la Eurocopa.
El día que se clasificó España para los malditos cuartos de final, con ese postrero gol de Amor, me fui de la biblioteca con la suficiente antelación para dejar el sitio a alguien que entró ansioso de estudio y de huída de la casa paterna. No reparé en quién fue así que al día siguiente……..joder al día siguiente estaba en mi sitio otra persona. La manía de atribuir a los sitios propiedades cabalísticas en los exámenes era general en los estudiantes de ahí mi cabreo.
Cuando me dirigí a ese sitio para convencer a esa persona que se moviera a otra mesa en la que aún quedaban un par de sitios no pude articular palabra. Anodadado. Estupefacto. Flipando.
-       ¿Si? ¿Qué quieres? – me dijo aquella boca perfecta, ese timbre de voz maravilloso, esos labios suntuosos.
-       Ehh…ahhh…estoo….
Obviamente me fui después de ese gran argumento a la otra mesa con la única idea de no empalmarme antes de sentarme. Sólo repasaba esa camiseta blanca ceñida y su insinuante escote mirándome, susurrándome. Es verdad que luego miré sus ojos, su cara y su pelo.
La música de walkman atravesaba el conducto auiditivo y se perdía en algún recóndito lugar de mi cuerpo. No llegaba al cerebro colonizado por esa expresión.
No pasé ni una hoja de mis apuntes buscando un cruce de miradas que no se llegó a concretar. Ni la mayor tara que había contemplado en una mesa de estudio (un escuálido que estaba a mi lado, cada vez que terminaba un tema giraba el cuello y decía ¡ si, si. Bien bien!!.)podía distraerme de mi cometido.
El aire acondicionado tampoco impedía mi transpiración. Hubiera sido capaz de empañar los cristales de un Boeing 737 sin pasajeros.
Quise respirar, tomar aire fuera. Al inspirar, mis pulmones absorbieron la calle, la biblioteca, la ciudad entera. Al soltar el aire salió ella a fumar. Hasta esa costumbre fue bendecida. Quién fuera nicotina en sus labios y ser aspirado continuamente.
Producto de mi imaginación vi como se acercaba a dónde yo estaba, mirándome fijamente. Suspirar causa desconcierto mental.
Como en las películas antiguas de Hollywood, como una Lauren Bacall con acento castellano, después de soltar el humo me miró con detenimiento preguntándome:
o   ¿Qué te ha pasado ahí dentro?
o   Estaba cansado de estudiar – dije rápidamente, creyendo que era producto de mi imaginación. Cuando oí su contestación comprobé que no era así, lo que pasaba era real.
o   ¿Cansado? ¿Ya?...esto acaba de empezar – y concluyendo esa palabra sonrió tiernamente.
o   Ehhhh…ahhhh(no empieces, venga concentrate, ¡!si si, bien bien!!)bueno la verdad es que te iba a decir si podías irte a la otra mesa, ya sabes, cosas de ….
o   Manías, costumbres, cábalas para estudiar – dijo ella completando mi frase.
o   Eeeexaacto – dije aspirando todo lo que pude las vocales para disimular mi miedo. Notaba de nuevo sudor por todo mi cuerpo, los poros de mi piel a escasos centímetros de ella procedían a exaltarse.
La conversación fue relajándose de tal modo que cuando nos quisimos dar cuenta llevábamos más de media hora fuera y sonriendo con complicidad cómica decidimos tomarnos un café. Sólo con hielo para mi y un cortado para acompañar su tercer cigarro. Entre calada y calada salieron las letras de su nombre, Yolanda, y en ese momento y no en otro, maldije eternamente a Pablo Milanés.
Su pretendida seguridad iba cayendo del mismo modo que mi confianza iba en aumento. De tirarme el café solo en los pies pasé a hablar con una rotundidad impropia de mí. Me sentía el puto amo hablando pero con el cuerpo del Chavo del Ocho. Vulnerablemente seguro. Seguramente vulnerable.
Quedamos en un “nos vemos mañana en la biblio”. Y así fue. Ya no me importó más estar desplazado en otra mesa. Desde allí tenía vistas privilegiadas, primera línea de playa a sus ojos.
Al día siguiente volvimos, y al otro, y al otro, y mientras nos envolvíamos en nuestras palabras y miradas, los goles de Oliver Bierhoff y de Alan Shearer, los regates de Poborsky, la clase de Nevded, la más que incipiente magia de Zidane incluso las locuras de Gascoigne quedaban atrás, en otro sitio alejado de esa biblioteca y de ese bar, del refugio de nuestras risas y de la complicidad y de la superación mutua, de mi inseguridad y de tu seguridad.
 Pero ese día no regresaste. No supe más de ti. No me había preocupado en pedirte el teléfono, me parecía un paso muy avanzado y me parecía un retraso emocional sólo oír tu voz.
La verdad es que mi último examen fue dos días después de nuestro primer café pero obviamente me llevaba buena música y mucho papel e imaginación para no aburrirme. Además conforme pasaban los días no hacía falta llegar con antelación a la biblioteca.
Ese día te busqué por los alrededores, te esperé en la biblioteca y te ansié con un café con leche de media mañana. Pero no regresaste. Entre mirar los posos de café e intentar hacerme una carrera profesional como adivino opté por regresar a casa marcando mis pasos como si estuviera en la arena.
Al llegar a mi barrio me encontré a Piraña e inmediatamente le puse al día. Su cara paso de la incipiente emoción a una leve amargura como presuntamente le paso a mi cara en el mismo tiempo.
Tras un amago de suspiro, meter su rechoncha cabeza entre las piernas y poner los ojos en blanco, me puso la mano en el hombro, con la distante cercanía que imponía la época, y me dijo:
·         Espero que tu madre no haya lavado los pantalones manchados de café, porque si no te la encuentras va a ser lo único que te quede de ella.
Al final Piraña iba a ser un jodido poeta. Cabrón. Salté del banco chocando su mano y corriendo a toda prisa a mi casa. Tenía que encontrar ese pantalón.
No hizo falta. Ya lo tenía mi madre entre sus acusadoras manos “…se puede saber cómo te has manchado…no sale de ningún modo..”.
Ella no lo entendió, ni aunque le hubiera explicado como lo hice momentos antes con  Piraña, pero le di un beso y le quité el pantalón.
Me encerré en mi habitación. No olí la mancha (aunque por milésimas de segundo lo pensé) porque hubiera sido una mariconada que ni Winona Ryder. Tampoco me la meneé por respeto. Sí, por respeto. Puede resultar extraño porque lo había hecho con casi cualquier cosa pero así es. No sé si significaba mucho ese hecho, pero creo que fue más importante que cualquier charla subliminal de serie feminista.
Me quedé mirando fijamente esa mancha. Tenía forma de racimo de uvas. Si la hubiera olido me hubiera olido a decepción. Si la hubiera probado su sabor hubiera sido agridulce.
Abrí el walkman y me puse una cinta con música brit pop. Entre Blur, Oasis, Stone Roses, Elastica y Supergrass se coló un tema de la Eurocopa, de los Three Lions, “Football´s coming home”.
Me hubiera gustado que hubiera vuelto a nuestro hogar. No la volvía a ver y al pantalón terminé haciéndole una raja en la mancha para que mi madre no volcará su ira tirándolo a la basura.
Sabía que en ese agujero estaba ella, porque yo salí en menos tiempo del que creía.









No hay comentarios:

Publicar un comentario