Mourinho – Guardiola, es algo más que fútbol
pero no voy a entrar en temas propiamente futbolísticos, nada de estrategias,
táctica o títulos ganados con sus equipos, por uno y otro, sino lo que
transmiten con sus declaraciones, actos, comportamientos usando sus equipos
como telón de fondo.
Mourinho es el claro ejemplo de encantador de
masas, de flautista de Hamelín, de manipulador de opiniones. Tiene mérito que
haya estado en distintos clubes y haya generado adhesiones inquebrantables
incluso tras su marcha. Tiene más mérito que en el Real Madrid, club e
institución que ha hecho del “señorío” su santo y seña durante toda su
historia, con lo que ello significa (respeto al rival, humildad, cortesía…)
haya cambiado con su llegada y haya optado por el enfrentamiento con
prácticamente todos los equipos, aficiones y entrenadores rivales, además de
instituciones federativas, tanto nacionales como europeas, sin olvidar los
árbitros.
Su opción es el una guerra civil sin cuartel.
Mientras se gane, no importa el medio. Es “El Príncipe” de Maquiavelo con una
pizarra de estrategia futbolística. Es “El Leviatán” de Hobbes de los
banquillos y ruedas de prensa. Todos están contra él, incluso en su propio
equipo. O conmigo o contra mí. La disyuntiva propia de líderes dictatoriales apelando
al rasgo primario de la masa, la irracionalidad.
Los mediocres no pasarán por la puerta grande
de la historia, aunque se hagan de títulos y titulares
Frente a él, y sin pretenderlo, porque no es
su intención el enfrentamiento directo, aparece Guardiola. No se trata de un
santo ni de un cordero, como le pintan muchos para poder atacarle, o como le
intentan caracterizar sus partidarios para consagrarle como un mesías, en una
suerte de hagiografía. Es un profesional de lo suyo que intenta vencer al rival
pero con otros argumentos, construyendo su filosofía futbolística con los
pilares de la discreción y la humildad, pero es competitivo, al máximo, pero
esa competitividad es cooperativa, no genera odio, sino encuentros y
asociaciones mutuas.
Es “El contrato social” de Rousseau o “La
República” de Aristóteles. Todos sus actos y comentarios, incluyendo lo
futbolístico, insisto, van enfocados al triunfo sin causar daños colaterales,
al bien común de su grupo.
No hay mejor ciudadano que aquél que
contribuye con su esfuerzo, trabajo y dedicación, a la mejor consecución del
bien común, como aquello que satisface a la mayoría pero que no daña a la minoría.
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