Cansado de cabecear por las noticias económicas que veía o leía,
decidió pasar a un rincón retirado de lo que jamás creyó que iban a contemplar
sus ojos, la codicia insaciable se cobraba víctimas entre los que creía suyos,
los que jugaban con los números económicos, como decía él.
Una cosa eran los juegos y otra las personas.
Cambió todos sus títulos por el dinero que ahora veía tan
degradado. Lo único que le animaba era el intercambio de e-mails y llamadas con
Warren Buffet. Se conocían desde hace décadas y contemplaba seriamente la
posibilidad de ser las dos únicas personas con alma dentro de ese agujero
especulativo.
Faltaban pocos días para el comienzo de otra vorágine: la navideña.
Desde la prematura muerte de su mujer y el distanciamiento de sus dos hijos,
justificado según él mismo porque no estuvo cuando tenía que haber estado, veía
estas fiestas con una fiera indiferencia. Aún así se desplazaba cada año a una
de las casas de sus hijos. Todo se desplaza en la memoria en estos días.
Tras observar el mismo ritual año tras año, en distintos tipos de
personas, decidió invertir parte de sus ganancias en aclarar lo que él creía
haber comprobado tras tantos años, que la actitud de las personas en las
fiestas navideñas se clasificaba, burdamente, en: una excesiva pasión o una intensa
apatía. También había concluido que las personas camuflaban mediante la
indiferencia alguna de estas dos actitudes anteriores.
Consultó con su amigo Warren y le pareció una gran idea. Encargó el
mismo estudio a diversas universidades que destacaban en el campo de los
estudios sociológicos. Al no importarle el dinero y si la premura en obtener
los resultados, no escatimó en ofrecer las cuantías desorbitadas que dichos
departamentos pedían, siempre y cuando le dieran los resultados antes del día
24 de diciembre.
Antes de la fecha fueron llegando los resultados. Uno tras otro,
todos los estudios obtenían la misma conclusión: En Navidad se podía pasar de
dos formas:
·
De una forma apacible, bien y
correcta.
·
O en familia.
Su sonrisa derivó en una sonora carcajada. En ocasiones, el dinero
sirve y es válido, sobre todo cuando reafirma las convicciones personales que
uno ya tenía.
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